Dr. Selby

Una vez fui a la casa de mi amigo A. que por aquel entonces estaba en pareja con V., una chica preciosa y sensual que perfilaba como la nueva cara de las telenovelas y del teatro.
“Ella no está”, me dijo A., “fue a grabar”. Perfecto. Como tenían el dormitorio en suite siempre me dio pudor pasar al baño por no verla a ella en paños menores. “Paso al baño entonces, me quiero lavar las manos”. “No!” gritó A., “Al baño no, nunca entrás al baño, por qué hoy tenés que ir al baño?”. Desde el dormitorio se oye una voz débil y temerosa: “Si es J. dejálo pasar...” Era ella. Imaginé que estaba enferma, o alterada o deprimida y que se había obligado a la reclusión a lo Garbo o que simplemente no quería verme. “Pasá, pero sin mirarme”. Pasé. Ella se tapaba la cara con las dos manos. Pensé que me estaban jodiendo y me empecé a reír hasta que tomé conciencia de la gravedad del asunto: A la incipiente figura de las tablas, luego devenida bomba sexual, le había salido un granito en la barbilla y estaba esperando que se reviente a fuerza de empomarlo con Dr. Selby. Frágil, casi llorosa, me pidió disculpas y me aseguró que era la primera vez que dejaba que alguien la viera en ese estado calamitoso. Y no era un chiste.
Hoy me llamó mi madre: “La vi a la ex-novia de tu amigo en la tapa de la revista ..., con una mano se tapaba un seno y con la otra se cubría la argolla, tan modosita que parecía cuando venia a tomar el té a casa...”