Zarzuela



La Sociedad de Fomento 12 de Octubre en Olivos estaba a reventar. Se vendieron todas las localidades del espectáculo de Zarzuela que mi madre, emocionada, me invitó a ver. Era una noche a puro lirismo y picardía. El programa anunciaba clásicos de siempre: Doña Francisquita, La Luisa Fernanda y El Barbero de Sevilla entre otros. Los artistas se demoraban en salir, detrás del telón se oían discusiones de último minuto. La pianista se ubicó en su lugar, preparó las partituras, trono los dedos, se encendieron las luces pero el espectáculo no comenzó. Las discusiones se hicieron mas airadas, hasta que finalmente, después de diez eternos minutos, el galán maduro (muy maduro) puso un pie en el escenario y ya nada tuvo desperdicio. Todo era de una pobreza conmovedora. Un gran abanico chino devenido español gracias a unas fotos de toreros pegadas torpemente, los trajes arrugados, los gallos de los tenores, los olvidos y los desafines del Coro Polifónico de la Casa Paraguaya, la forzada simpatía de las sopranos, la cabeza puesta en los 2000 ó 2500 pesitos que habrían de repartirse a la salida entre la docena de integrantes de la “Noche de Zarzuela”, hacían del espectáculo algo menos que una bizarreada y algo mas que una obra kitsch.
La gente aplaudió a rabiar, nada como un buen tono agudo al final de una canción, borra todo el desastre anterior, sin dudas. A mi me hizo llorar el fru fru del tafetán de los vestidos de las “bailaoras”, casi no se escuchaba “La leyenda del beso” y se adivinaba el compás sólo por los tacones de las muchachas. ¿Hay algo mas electrizante que un vestido de tafetán y un tacón de mujer?

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