
Anoche soñé que montábamos una obra de teatro. En la reunión preliminar estaban: Julieta, Cecilia, Agustín, Pablo, vos y yo. Los actores pueden ser encantadores o aterradores. Mas bien aterradores: Agustín y Pablo descalzos, se hurgaban los dedos de los pies mientras se olían, el uno al otro, los dedos de las manos. Julieta estaba enroscada en el suelo como una culebra venenosa y enojada por que tenía un embarazo complicado y tenía que hacer reposo, por lo que su personaje tendría que ser necesariamente inválido. Cecilia acababa de dar a luz una criatura peculiar. Era extraño por que Cecilia hace rato que no está en edad de tener familia. Pero la ciencia había avanzado un montón en mi sueño y había conseguido que una mujer de más de 70 años concibiera un niño, aunque no sin dificultades: La criatura no tenía expresión, es decir: tenía cara, ojos, boca, nariz pero no expresaba ningún sentimiento. Como un feto, como un rostro que no pudo atravesar esa etapa y quedó en feto. Además le faltaba el brazo izquierdo que había sido reemplazado por un brazo articulado forrado en látex simil piel que crecía con el niño. Cecilia estaba feliz por que siempre había sido un persona económicamente solvente gracias a sucesivas herencias y divorcios y había podido pagar la operación de su hijo sin que esto produjera mella en su caja de seguridad. “Después de todo es mi hijo” decía. “Tremendo hubiera sido haber tenido que arrojarlo en un hospital público a merced de las manos insensibles de un médico fracasado, sin curriculum y muy mal pago”. Después, en el sueño, entraba un comando Ninja que, con armas de fuego, nos acribillaban a todos, excepto a la criatura de Cecilia que obviamente no expresaba ninguna emoción. El inconsciente justiciero. Antes de morir, en medio del charco de sangre y visceras, rodeado de actores regios, recuerdo que pensé: “Desde cuando los Ninjas usan armas de fuego?”
El robo es el acto sagrado de la expresión. S.K.


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