Cruces



J.:Antes me pasaban más cosas, conocía gente...
B.:Y ahora?
J.:Ahora en cuanto me presentan a alguien trato de olvidar el nombre. Cosa de tenerlo lo menos posible en la mente. Por miedo a que algo pueda pasarme con esa persona.
B.:Algo como qué?
J.: No sé. Cruzármelo en algún lugar y que descargue su frustración conmigo, me pida disculpas y se vaya y yo me quede ahí, tildado y mudo. Me ha pasado mucho, pero ya no. No me lo permito. Incluso me ha pasado con absolutos desconocidos. Cómo aquella vieja que me quiso dar la medalla que le había regalado la mismísima Eva Perón sólo por que le di una moneda para el colectivo y como el colectivo tardó 45 minutos en llegar, me contó vida y obra de la mártir descamisada.
B.: Aterrador.
J.: Y eso no es nada. Una vez me agarró un chileno cultísimo y refinado en una plaza de Valparaíso y me contó el encuentro entre Bolívar y San Martín desde las 3 de la madrugada hasta las 6 de la mañana. Nunca paró de hablar hasta que me preguntó que me había parecido.
B.: Y que le contestaste?
J. : Que a mí me parecía que en Buenos Aires, San Martín y Bolívar seguían encontrándose, que en realidad eran la misma cosa, una calle continuación de la otra. Se rió como loco y yo aproveché y salí corriendo a la terminal de ómnibus.

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